La Pluma del Berrinches

Elefantes y cañas de pescar.

 

Esta vez vamos a hacer un artículo amable, berrinches. Esta vez no te metas más con los taxistas sacadineros (valga la redundancia) con mamparas subvencionadas que se paran así, por el morro donde su santa madre les da a entender, bloqueando todo el tráfico que, joer, están trabajando (los demás están rodando el coche, para que no se les estropee. Solo trabajan ellos, claro). No vuelvas a decir otra vez eso de que coño, como pueden tener las licencias limitadas, que porqué Antoñito el del cuarto no puede habilitar su coche, sacarse una licencia y ganarse la vida honradamente.

 No te metas más, berrinches, con esa simpática panda capaz de cobrarte, mira tú, casi lo mismo por un viaje de 10 minutos como si alquilas una limousina durante 2 horas. No oses, berrinches, poner en tela de juicio su perfecta capacidad de conducción (a velocidad luz cuando van solos, a velocidad gusano cuando llevan pasaje), su perfecto urbanismo escogiendo para parar el sitio más óptimo para interferir lo menos posible en la circulación, que coincide mire Vd, con donde les sale de los cojones.

No sigas, berrinches querido, que es verano, metiendote con los camareros. Que es injusto. Que los camareros de verdad no se lo merecen. Que lo que hay detrás de la barra, vestido como si fuera un camarero, moviéndose como si fuera un camarero, poniendo cafés como si fuera un camarero, no es un camarero. Es un jeta, que ha tenido la cara de decir al dueño del restaurante que lleva cinco años en el tema y te pone el vino caliente, la tapa fría, el pan para la tapa cuando te trae la vuelta de la cuenta. Y que te mira, eso si, muuuuu fijo. Te sigue mirando. Tú tiemblas, pensando ¿qué pasará?. Insiste en la mirada, y, lentamente, muy lentamente, con esa elegancia que sólo ellos pueden conseguir, levanta la cabeza hacia un lado bruscamente, sin mediar palabra, indicándote con ese gesto, con una capacidad mímica impresionante y sin mediar palabra, que qué es lo que deseas. Uno de ellos, por cierto, tras repetir ese gesto varias veces, y ya harto de que no le dijese yo nada, por fin tuvo la cortesía de preguntarme que qué quería. Cuando le respondí que lo primero que quería es que dejase de mover la cabeza, creo que  me gané justamente las tres veces que se equivocó en la cuenta, la tapa equivocada, tres culos de botella de vino para llenarme el vaso y una huida a la cocina a fumar, coño, que en todos los trabajos se fuma.

Por eso, por ser verano, he decidido hacer un articulito amable y no meterme mas por este mes con esa gente.

Sin embargo, llevo noches observando (salgo de noche, si, soy un crápula), un fenómeno curioso que no alcanzo muy bien a comprender. Reconozco que ya me he empezado a acostumbrar a que tomando una copa en un bar me ofrezcan rosas de distintos colores, cd de música piratas, pañuelos. Pero mire Vd, caramba, ¿como puede ofrecerme a las 3 de la mañana en un bar de copas una alfombra de 5 por 5 metros? Joer, si está en su derecho, pero, ¿en serio piensa alguien que me voy a ir de copas con una alfombra sobre el hombro?. Y no es todo. Me han ofrecido, casualmente en la misma noche, cañas de pescar, ventiladores de pie, jirafas de madera, elefantes de ébano.

Que esa es otra. Estás comiendo tan tranquilo con tu pareja en un restaurante, y coño, aparece una mano, generalmente negra, que despliega sobre tu mesa una retahíla de jirafas de distintos tamaños, varios elefantes, una figura rarísima que no me acuerdo y no sabría describir, una caja de madera, más jirafas, esta vez, agachadas. Y tú miras a tu plato desconsolado, detrás de toda la fauna desplegada, que cuando se retira, ha dejado por toda la mesa la huella de sus patitas.

Y no hablemos de los músicos, que esos son para otro artículo.

No puedo, no obstante, evitar contarles una historia que, les juro por mi madre que además de ser absolutamente real, es lo que podríamos llamar el colmo de lo kitch, la cumbre del esperpento. A toro pasado, claro, las risas fueron de órdago, pero imagínense Vds el cuadro de 6 personas comiendo (una de ellas yo) mientras un tipo toca la guitarra y te canta al lado de tu mesa, con voces tiernas y melosas. ¿se lo han imaginado?, bien, ahora, en su imaginación vistan a tres personas de las 6 que estábamos de color naranja emergencias: pantalón, polo, chaleco. Vistan a las otras tres de uniforme azul de servicio de urgencias. Observen con cuidado la cara de gilipollas que se les está quedando a las 6 personas mientras les cantan “la cucaracha”.  Miren ahora despacio el choteo de el resto de las mesas del restaurante. Observen  por fin la cara de mala ostia del cantor cuando le decimos que cambie de mesa que no oímos el teléfono (por decir algo, que en realidad lo que me apetecía era preguntarle por su madre, de la que me estaba acordando en ese momento). Junten todos esos elementos y denle un euro, para que se largue.

No se...de naranja o de calle ¿no tengo derecho a  cenar sin que me canten “la cucaracha” a voz en grito al oído, desplieguen sobre mi mesa toda una fauna de madera, me intenten vender cañas de pescar, ventiladores y alfombras, no me traigan pan y se equivoquen con la cuenta?

Ahhhhhhhhj.

Y luego, se extrañan de que no vuelva.

No te jode.

 

  

  Correspondencia: elberrinches@lycos.es

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       José Ramón Aguilar   
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